349- Cuatro años y un avión

  

Para Juan Manuel Gomila, con mi agradecimiento por unos días inolvidables.


Hace más de un año que no escribo. La crisis que estamos viviendo no debería ser excusa para esta pereza de poner palabras  lo que me pasa, lo que nos pasa.



Fui pionera en contar la crisis argentina en el 2001 y todavía con la licencia de hacerlo con humor. Pero Momo, el dios
del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica,  el dios griego de los escritores y poetas, me ha abandonado en forma decidida perdido en comparsas y murgas de carnaval, sumado a que, de verdad, lo que estamos viviendo no me causa ninguna gracia. Por primera vez en setenta y cuatro años, la acritud y el desánimo amenazan con dominarme y la resiliencia, con abandonarme.  También influye el sentir que en treinta años ya no estaré por estos pagos que, tal vez, sean igualitos a Irlanda y que ver cinco veces la misma película es un tanto … ¿molesto?



Pero escribir me hace bien. E investigar para hacerlo, también. Es por todo eso que, por mi salud mental y física intentaré recobrar la cordura y el buen ánimo que dicen mis amigos que siempre me han caracterizado, retomando la pluma y la palabra con personajes, paisajes, situaciones y edificios del ayer que me permitan comunicar y entretener sin hacer la “grieta” más honda de lo que ya, penosamente, es.


Mi primo Sebastiâ sostiene que Mallorca es “todo un continente”. Por aquí le podríamos decir que la Provincia de Buenos Aires solita podría ser un país…¡Y qué país! Mar, sierras, las enormes y fértiles llanuras, los ríos y lagunas, las ciudades nacidas del cardo y decúmano romanos, La Plata, su hermosa capital, son más que suficientes para alardear como hace él, con la querida “illeta”. Por eso comenzaré esta nueva etapa con Sierra de la Ventana, parte de una comarca turística en el partido de Tornquist, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires.



Y para colmo de bienes con la presencia y la historia del Ingeniero Arquitecto Francisco Salamone. 


Si cuando iba a  “facu” nos hubieran hablado de la existencia de este original creador seguramente lo único que hubiéramos escuchado de boca de nuestros profesores enamorados de Le Corbusier, Wright o Van der Rohe hubieran sido improperios y críticas espantosas. Pero actualmente se ve a Salamone con otros ojos y no podemos negar la singularidad de su obra que se yergue, en blancos desafíos de hormigón armado, en el verde de la pampa húmeda.


Veinticinco pueblos bonaerenses dan testimonio de las creaciones de Salamone y también de su osadía que le permitió, en cuatro años, merced a su vinculación con Crespo, un gobernador que admiraba a Hitler y Mussolini, plantar en la pampa húmeda sus creaciones inspiradas en Metrópolis, la película de Fritz Lang


Veinticinco pueblos modificados rotundamente en hormigón y diseño. Municipalidades que superan en altura a las catedrales. Mataderos llenos de simbolismo, plazas con faroles y bancos de original diseño y entradas a cementerios con Cristos que nos conmueven desde su geometría dolorosa.



Una toma un mapa bonaerense y no puede creer que este inmigrante siciliano formado en Argentina haya podido sembrar una volumetría tan categórica envolviendo interiores funcionalmente correctos en tan solo cuatro años. De Tornquist a Saldungaray, de Azul a Laprida, de Balcarce a Guaminí.


Y ahí aparece la clave precursora y casi secreta: Salamone conducía un avión y así, alado, recorría y controlaba sus obras. ¡Qué osadía volar entre 1936 y 1940, imagino que casi todos los días para concretar sus diseños!



De pie frente a la entrada del cementerio de Saldungaray contemplo la rueda excéntrica de la que emerge Jesús y siento un sobrecogimiento muy especial. Se palpa claramente la finitud de la vida, merced a la dura valentía de un hombre diferente. Miro las blancas torres de las municipalidades y me parece adivinar en sus siluetas algo que me recuerda al Arquitecto Guido, muchos años después, en el Monumento a la Bandera. Mi corazón se siente agradecido por la oportunidad de haber conocido en vivo y en directo la obra de Salamone.


Queridos lectores: si se les presenta la oportunidad, no dejen de recorrer el camino de este original creador. Tal vez no se emociones con sus diseños, tal vez les resulten demasiado rígidos pero con toda seguridad se llevarán en las retinas la obra de un osado, un atrevido creador que cambió la imagen de muchos pueblos de Buenos Aires en tan solo cuatro años, sobrevolando nuestro verde pampeano.


Cati Cobas


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