353- El sandwichito- Caticrónica


Cada vez me resulta más difícil salir a la calle. Y eso que me encanta pasear, mirar vidrieras, aunque compre solo con los ojos; contemplar el cielo, los árboles de mi ciudad, que son tan hermosos, enormes y variados.

Pero en estos tiempos me topo permanente y superlativamente con gente sin techo, en la calle, desamparada. Los veo en los subtes, en los portales, en las recovas y, a veces, desparramados en la vereda (los más jóvenes) como si las adicciones y la soledad los arrojaran prematuramente hacia la muerte. ¿Cómo se puede no penar, cómo sentir indiferencia frente a esta sinrazón que nos venía invadiendo pero que ahora es aguda y dolorosa a más no poder?

“Siempre ha habido gente sin hogar”, dirán ustedes. Pero no tanta, tanta. No de esta manera inclemente, abandónica, impúdica e indecente. No con la sensación del abismo del sálvese quien pueda que cada día está más cerca. Por eso digo que cada vez me resulta más complicado no mirar, no ver, hacerme la tonta en pos de mi felicidad o tranquilidad cotidianas.

Así y todo hoy por la mañana estuve desandando miserias callejeras y durante un buen rato gocé de la Plaza Houssay renovada, ya  que no había tenido oportunidad de transitarla. Un cafecito acompañó el momento, y la presencia de tantos jóvenes universitarios descansando en el intervalo de sus clases me alegró la mañana.

Hasta que llegó “el sandwichito". El sandwichito y la  escena que compartiré ahora con ustedes.

Mamá, papá jóvenes. Vestidos con sencillez pero no pobreza. hijita de unos cinco años con uniforme de escuela privada. Ya era mediodía. La mamá se dirigió a uno de los comercios de venta de alimentos y regresó con un sandwichito de jamón y queso. Los tres se miraron.

La mujer partió el pan por la mitad y le dio la mitad a su hija. Lo que quedaba del sandwich se repartió entre el papá y la mamá. Y estoy más que segura que ese fue el almuerzo para todos. 

Maldije tener buena vista y capacidad de observación porque han pasado varias horas y continúo pensando en la imagen de ese sandwich repartido con todo el amor del mundo y toda la miseria que nos está invadiendo.

Y sí,  tengo ganas de no salir más de mi casa.

Cati Cobas.


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