347- Delicias de la virtualidad en la Medicina Privada
Una nació con un teléfono por cuadra, la radio, la máquina de escribir manual, el tocadiscos y luego de unos años, disfrutó de la tele de un solo canal. ¡Ay, Jesús!
Fue
pasando con asombro a cuatro canales y al cable, y de querer ser
radioaficionada al email, al móvil, al whatsapp, así como de las redes de
pesca, a las sociales. ¡Ay, Señor!
Una
fue viendo cómo en Parque Chacabuco se pasaba del Hospital Bosch (ahora
Instituto del Quemado) y del médico de barrio (querido e inolvidable Doctor
Néspolo), a algunos servicios de la obra social del papá y, poco a poco, a la
benemérita medicina privada. (Aquí no alcanza ni el Todopoderoso para las
exclamaciones).
Pero
llegó la pandemia y esta servidora ,que ha ido adaptándose a la vida virtual en
casi todos los órdenes de la ídem, agradeciendo a todos los santos el haber
disfrutado de la compu desde hace aproximadamente veinticinco años, y que se
siente logueada, appepeada y familiarizada con el home banking, el
insert, el escape y lo que haga falta para resolver el día a día, ha
encontrado un escollo que la indigna y que ni San Belocopit y su medicina post
pandemia van a poder resolverlo con cierta facilidad.
Hace
un poco más de un año se me sugirió en mi prepaga que bajara la aplicación de
la misma a mi teléfono y obtuviera mi credencial digital. Luego de colocar en
el óvalo mi angustiado rostro una docena de veces y de copiar el captcha
otro tanto (¡Me pudren las fotos donde tenemos que ver dónde hay semáforos,
motos o angelitos! ¡También adivinar las letras ocultas entre dibujitos hasta
acertar si son mayúsculas o minúsculas!), después de sortear todos los escollos,
digo, obtuve mi famosa credencial digital.
La
verdad, por un lado, es maravillosa, salvo cuando uno la tiene preparada para
que la vea alguna secretaria de consultorio distraída y hay que reforzar la
apretada de dedo en la credencial para que el móvil no se cierre mientras la
pega al vidrio que aísla a la secre de nuestros virus y… a empezar de nuevo.
Digo
que es maravillosa con unas cuantas salvedades.
Como
sirve para sacar turno, estoy segura de que Don Belocopit la creó para evitar
tener que decirnos a través de un empleado (al que ya no contrata ni paga), que
el próximo turno lo tenemos para Pascua cuando lo estamos solicitando el Día de
la Primavera. Y, además, ese turno será en el Instituto súper nuevo y bien
equipado que ha inaugurado en los límites de la Ciudad de Buenos Aires…¡a una
hora y media de nuestra casa!
Pero
esta crónica habla de las delicias de la virtualidad y la Medicina Privada, así
que vayamos al grano.
Como
no conseguía turno con mi médico de cabecera antes de varios meses y necesitaba
medicación, opté por la “e-consulta” una creación que permite
hablar cara a cara, celular mediante, con un facultativo que, en general, hace
honor a la hermandad latinoamericana y que le recuerda a una a aquel que le
recomendó, hace unos años, apretar un corcho con la mano cuando estaba en un ay
por unos desgraciados calambres. Pero bueno, una confía en que haya estudiado
en nuestra generosa UBA, y se entrega al susodicho que, como puede, invirtiendo
el menor tiempo posible, reedita lo que a una le recetó su médico de cabecera
en 2019.
A
partir de ahí: ¡boleta electrónica! y a la farmacia. Lucha para enviar las
recetas (al mail no llegaban), vía whatsapp, firmas, credencial y ¡a
vencer al último enemigo! EL TOKEN. ¡Después de tantas vueltas
ese último engendro maléfico es de ma sia do! Pero no hay caso, habrá que
generarlo.
Cuando
una sale de la farmacia con el trofeo (la bolsita por la que le cobran cinco
pesos si se olvidó de llevar una) con
los medicamentos adquiridos, se siente más importante que Shakira peleando con
Piqué. Mejor que Cabral hablándole a San Martín: HEMOS BATIDO AL ENEMIGO.
Así
que, mis queridos coetáneos: a virtualizarse
rápido, y no olvidarse de adquirir experiencia en el nuevo vocabulario
porque de no hacerlo pronto no van a poder comprar ni Leche de Magnesia
Phillips, ni Vick Vaporub, ni tan siquiera una barrita de azufre para cuando se
les contracture el cuello con tanta computadora.
Cati Cobas
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